Arrancaba el segundo día de la recta final y todo iba acorde al plan. El desayuno de las 6:45 ya es una rutina para exprimir al máximo las horas de trabajo. La Misa de las 7:45 tenía este mismo propósito. Nos pusimos manos a la obra y todo parecía ir sobre ruedas. No cabía duda de que cumpliríamos nuestros objetivos para el campo de trabajo: terminar las estructuras de madera que soportarían los techos de los dos nuevos cuartos en el orfanato y el pasillo que conecta uno de ellos a la nave central. Además, nos habíamos propuesto acabar con el mural del cuarto de costura, pintar por dentro y por fuera un centro para discapacitados, enfoscar todos los nuevos cuartos del orfanato y dar una última capa de pintura a todos los edificios en los que trabajamos.
Pero el viento sudafricano tenía otros planes. Todos aquí habíamos notado el frío más agudo, pero nadie podría haber pensado lo que en este martes sucedería: todas las estructuras de madera que habíamos colocado con gran esfuerzo en los últimos días fueron azotadas por un vendaval repentino que las derrumbó en dominó, partiendo las vigas y nuestros ánimos. Gracias a Dios (y a un grito de Álvaro Manola) todos salimos ilesos de la más de media tonelada de madera que se desplomó al suelo, a pesar de que algunos compañeros se encontraban todavía en el tejado y en el andamio para construir el mismo. Durante unos segundos cundió el pánico y la desesperación. Nuestra convicción de por la mañana se esfumó al instante y el silencio se hizo dueño del orfanato.
Sin embargo, el recuerdo latente de nuestra razón para estar aquí nos llevó a sacar fuerzas de donde no sabíamos que teníamos. Ver a los niños felices de poder ir a su primer día de colegio disipó toda frustración en nosotros para convertirse solo en la determinación de cumplir nuestros objetivos y así poder darles un sitio digno donde vivir. Incluso a nosotros mismos nos sorprendió nuestra propia tenacidad. Trabajando completamente al unísono bajo las cabales órdenes de los capataces Brandon y Charles hemos logrado reparar 7 de las 12 vigas dañadas, acabar el mural, pintar por fuera la mayoría de las paredes y pintar por dentro el centro para deshabilitados, al igual que enfoscar una de las paredes que se había debilitado tras la caída, y recolocar una parte de los ladrillos caídos.
Este día nos ha servido como recuerdo de lo que significa trabajar en equipo; saber delegar, confiar en el de al lado, seguir órdenes y lo más importante de todo: no buscar culpables cuando las cosas van mal, aunque haya habido fallos, malas comunicaciones y peor compenetración.
Borja Hermida Rodríguez, Juan Arocena Quiroga e Ignacio Gómez Manglano
Arrancaba el segundo día de la recta final y todo iba acorde al plan. El desayuno de las 6:45 ya es una rutina para exprimir al máximo las horas de trabajo. La Misa de las 7:45 tenía este mismo propósito. Nos pusimos manos a la obra y todo parecía ir sobre ruedas. No cabía duda de que cumpliríamos nuestros objetivos para el campo de trabajo: terminar las estructuras de madera que soportarían los techos de los dos nuevos cuartos en el orfanato y el pasillo que conecta uno de ellos a la nave central. Además, nos habíamos propuesto acabar con el mural del cuarto de costura, pintar por dentro y por fuera un centro para discapacitados, enfoscar todos los nuevos cuartos del orfanato y dar una última capa de pintura a todos los edificios en los que trabajamos.
Pero el viento sudafricano tenía otros planes. Todos aquí habíamos notado el frío más agudo, pero nadie podría haber pensado lo que en este martes sucedería: todas las estructuras de madera que habíamos colocado con gran esfuerzo en los últimos días fueron azotadas por un vendaval repentino que las derrumbó en dominó, partiendo las vigas y nuestros ánimos. Gracias a Dios (y a un grito de Álvaro Manola) todos salimos ilesos de la más de media tonelada de madera que se desplomó al suelo, a pesar de que algunos compañeros se encontraban todavía en el tejado y en el andamio para construir el mismo. Durante unos segundos cundió el pánico y la desesperación. Nuestra convicción de por la mañana se esfumó al instante y el silencio se hizo dueño del orfanato.
Sin embargo, el recuerdo latente de nuestra razón para estar aquí nos llevó a sacar fuerzas de donde no sabíamos que teníamos. Ver a los niños felices de poder ir a su primer día de colegio disipó toda frustración en nosotros para convertirse solo en la determinación de cumplir nuestros objetivos y así poder darles un sitio digno donde vivir. Incluso a nosotros mismos nos sorprendió nuestra propia tenacidad. Trabajando completamente al unísono bajo las cabales órdenes de los capataces Brandon y Charles hemos logrado reparar 7 de las 12 vigas dañadas, acabar el mural, pintar por fuera la mayoría de las paredes y pintar por dentro el centro para deshabilitados, al igual que enfoscar una de las paredes que se había debilitado tras la caída, y recolocar una parte de los ladrillos caídos.
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