Como el contable del Sr. Scrooge del cuento de navidad de Dickens, escribo a la tenue luz de unas velas (aunque en este caso la linterna del móvil) debido al corte de luz que hemos sufrido durante toda la tarde.
Debido a la lluvia, una gran parte de nosotros no ha podido trabajar. Solo unos pocos privilegiados han podido avanzar en los murales interiores. Para no dejar el día en blanco hemos recibido distintas charlas.
La primera ha sido de Fiona, funcionaria (blanca) del estado. Ella nos ha explicado el panorama político de Sudáfrica. Ha dejado claro que la corrupción y la tensión racial están al orden del día.
La segunda ha venido de parte de Monguese. Monguese nos contado como es el camino para “ser un hombre” en la cultura Xosha. Este “camino” deja los preceptos espartanos de Licurgo como algo menos que el sendero de baldosas amarillas que tuvo que andar Dorothy en el Mago de Oz.
Todo chico que quiera ser considerado hombre y ser respetado por la comunidad deberá de pasar por el aro. A los 18 años, todos los jóvenes serán llevados a la montaña y durante 6 meses tendrán que pelear por sobrevivir como Dios les trajo al mundo. Con ello se les pretende inculcar el respeto a la jerarquía, la toma de responsabilidades y el sentido de la comunidad. El fallo de uno es el fallo de todos y, por eso, todos serán corregidos a varazos. Tampoco estarán autorizados a dormir por miedo a la brujería y pasarán la noche cantando para ahuyentar a los espíritus. Los que logran volver son aceptados por la comunidad y lo festejan sacrificando una vaca a sus antepasados para agradecerles que han cuidado de ellos durante el viaje. Los que no están dispuestos a pasar por ese trance son condenados al ostracismo.
Esta charla sobre como ser un hombre ha calado en varios de mis compañeros puesto que Borja Castro, Iñigo García Fuertes y Salvador Martos han decidido hacerse la colada, dejándonos el pasillo lleno de ropa interior tendido en viejos somieres.
Gracias a ambas charlas uno entiende la situación del país. Por un lado tenemos a una clase privilegiada (blanca) que ha ostentado el poder siempre y que ve la vida de una forma muy distinta al otro 86% de la población. Por otro lado, tenemos a una mayoría unida a unas primitivas tradiciones y durante siglos atada a la correa de los anteriores.
Sin etapas, ni reformas previas el poder cambió de bando y la balanza quedó (aún más) descompensado. Treinta años después, Sudáfrica es un país que más que dividido está descompuesto en dos visiones antitéticas y aparentemente irreconciliables. La corrupción y las tensiones raciales (en las dos direcciones) están tan arraigadas como sus propias tradiciones, para la desesperanza de aquellos que, como Bev, intentan sacar esto adelante.
Después de tanto filosofar dan hasta ganas de trabajar. No se puede estar tanto tiempo parado, mañana más.
Rafa Gutiérrez de Cabiedes
Como el contable del Sr. Scrooge del cuento de navidad de Dickens, escribo a la tenue luz de unas velas (aunque en este caso la linterna del móvil) debido al corte de luz que hemos sufrido durante toda la tarde.
Debido a la lluvia, una gran parte de nosotros no ha podido trabajar. Solo unos pocos privilegiados han podido avanzar en los murales interiores. Para no dejar el día en blanco hemos recibido distintas charlas.
La primera ha sido de Fiona, funcionaria (blanca) del estado. Ella nos ha explicado el panorama político de Sudáfrica. Ha dejado claro que la corrupción y la tensión racial están al orden del día.
La segunda ha venido de parte de Monguese. Monguese nos contado como es el camino para “ser un hombre” en la cultura Xosha. Este “camino” deja los preceptos espartanos de Licurgo como algo menos que el sendero de baldosas amarillas que tuvo que andar Dorothy en el Mago de Oz.
Todo chico que quiera ser considerado hombre y ser respetado por la comunidad deberá de pasar por el aro. A los 18 años, todos los jóvenes serán llevados a la montaña y durante 6 meses tendrán que pelear por sobrevivir como Dios les trajo al mundo. Con ello se les pretende inculcar el respeto a la jerarquía, la toma de responsabilidades y el sentido de la comunidad. El fallo de uno es el fallo de todos y, por eso, todos serán corregidos a varazos. Tampoco estarán autorizados a dormir por miedo a la brujería y pasarán la noche cantando para ahuyentar a los espíritus. Los que logran volver son aceptados por la comunidad y lo festejan sacrificando una vaca a sus antepasados para agradecerles que han cuidado de ellos durante el viaje. Los que no están dispuestos a pasar por ese trance son condenados al ostracismo.
Esta charla sobre como ser un hombre ha calado en varios de mis compañeros puesto que Borja Castro, Iñigo García Fuertes y Salvador Martos han decidido hacerse la colada, dejándonos el pasillo lleno de ropa interior tendido en viejos somieres.
Gracias a ambas charlas uno entiende la situación del país. Por un lado tenemos a una clase privilegiada (blanca) que ha ostentado el poder siempre y que ve la vida de una forma muy distinta al otro 86% de la población. Por otro lado, tenemos a una mayoría unida a unas primitivas tradiciones y durante siglos atada a la correa de los anteriores.
Sin etapas, ni reformas previas el poder cambió de bando y la balanza quedó (aún más) descompensado. Treinta años después, Sudáfrica es un país que más que dividido está descompuesto en dos visiones antitéticas y aparentemente irreconciliables. La corrupción y las tensiones raciales (en las dos direcciones) están tan arraigadas como sus propias tradiciones, para la desesperanza de aquellos que, como Bev, intentan sacar esto adelante.
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