Hoy, domingo 10 de julio, era nuestro primer día libre. Y el primer día que asistiríamos, al menos la mayor parte de nosotros, a una misa africana.
La misa iba a oficiarse tanto en su lengua como en español, y nos habían dicho que iba a durar alrededor de dos horas. Todos pensábamos que la celebración sería aburrida y tediosa.
No podíamos estar más equivocados.
Nunca en nuestra vida hemos disfrutado tanto una misa. La odisea que iban a ser las dos horas de misa resultaron ser un auténtico espectáculo.
Nada más empezar, los locales empezaron a cantar a viva voz, una melodía impactante que nos sobrecogió a todos los que estábamos allí. No podían faltar su armoniosa danza que lo acompañaba. Comenzamos a aplaudir al compás de sus cánticos, guiados por el maestro de ceremonias. Incluso en el ofertorio dimos la vuelta a la iglesia, bailando y cantando y dando palmas junto a nuestros hermanos de Barkly East. Parecía el carnaval de Rio de Janeiro.
Tras las lecturas, llegó LA HOMILÍA del sacerdote local, que fue sin duda el apogeo de la celebración. Nunca he visto ni veré en mi vida un sacerdote predicando con tanta intensidad. Sus gritos retumbaban en nuestras entrañas, y a pesar de no entender ni una sola palabra, estábamos ojipláticos. No sabemos cuánto duró, pero estuvimos presos de su discurso todo el tiempo que habló el sacerdote. Parecía Eminem, solo que ligeramente más negro y gordito. Nuestro cura “Father Kike”, hablando en nuestra lengua nacional, resumió en una frase lo que estaba sucediendo: “Estoy disfrutando como un enano”.
Luego llegó nuestro turno para cantar y tratar de igualar a los sudafricanos. Y qué mejor canción que el himno no oficial de Retamar: “No tengo miedo de la libertad…”.
Por la tarde tocó la revancha contra los habitantes del Township. Cosechamos una apabullante victoria española, 9-1. Cepeda por supuesto, peor jugador. Fuimos recibidos con vivas a España por los amigos de Montguesse. En honor a Venegas, cantamos el himno del Sevilla, que corearon todos los allí presentes.
Qué buen domingo.
Álvaro de Cárdenas, Juan del Castillo, Jaime Huerta, Joaquín Anaya
Hoy, domingo 10 de julio, era nuestro primer día libre. Y el primer día que asistiríamos, al menos la mayor parte de nosotros, a una misa africana.
La misa iba a oficiarse tanto en su lengua como en español, y nos habían dicho que iba a durar alrededor de dos horas. Todos pensábamos que la celebración sería aburrida y tediosa.
No podíamos estar más equivocados.
Nunca en nuestra vida hemos disfrutado tanto una misa. La odisea que iban a ser las dos horas de misa resultaron ser un auténtico espectáculo.
Nada más empezar, los locales empezaron a cantar a viva voz, una melodía impactante que nos sobrecogió a todos los que estábamos allí. No podían faltar su armoniosa danza que lo acompañaba. Comenzamos a aplaudir al compás de sus cánticos, guiados por el maestro de ceremonias. Incluso en el ofertorio dimos la vuelta a la iglesia, bailando y cantando y dando palmas junto a nuestros hermanos de Barkly East. Parecía el carnaval de Rio de Janeiro.
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