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[Transcribimos el cuaderno de viaje de Rafa Gutiérrez de Cabiedes (ver foto)].
Con un boli de tinta en estado semisólido debido al frío, escribo lo que han sido nuestras primeras 24 horas en Barkly East.
Otra vez, el paisaje volvió a sorprendernos. Hemos amanecido en la misma forma en la que despierta un niño en cualquier película americana promedio: rodeados de nieve.
Duchados y envueltos en un número de capas del que mi madre estará muy orgullosa, bajamos a desayunar para la posterior organización de los grupos de trabajo. Una vez en el lugar de trabajo, los que llegamos ayer [en el segundo grupo de viajeros] recibimos la charla de Bev sobre el proyecto. Bev es de esa clase de seres que uno tiene la suerte de encontrarse contadas veces en la vida. Aquí es nuestra coordinadora con la comunidad, y una especie de «mamá pato» que nos cuida a todos.
Debido al clima, no hemos podido visitar el Township, el barrio chabolista de la zona. Lo que sí hemos podido hacer es empezar el proyecto. Aquí hay trabajo para todos: pintar, cavar, lijar, arreglar grietas… todo bajo una recurrente nieve.
Una cosa que me ha impresionado al pasear –siempre acompañado– por el pueblo es la pesadumbre que se respira. Quizás pueda atribuirse al tiempo o a la sorpresa de nuestra llegada, pero da la sensación de ser una ciudad que ha perdido la alegría.
No hay vida en la calle, no hay niños jugando, ni trabajadores hablando sobre la jornada recién acabada. Solo hay algún esporádico transeunte mirando al suelo y lanzando alguna ojeada furtiva a los recién llegados. Es como si, viéndose sin perspectivas, se hubiera limitado a sobrevivir sometido a las circunstancias.
El único lugar con auténtica alegría, además de nuestros cuarteles de invierno, paradójicamente, es el orfanato, donde los niños juegan escudándose en la ignorancia de todo lo que nos rodea.
Esto no ha hecho más que empezar, esperamos con muchas ganas todo lo que el campo de trabajo va a depararnos.
[Transcribimos el cuaderno de viaje de Rafa Gutiérrez de Cabiedes (ver foto)].
Con un boli de tinta en estado semisólido debido al frío, escribo lo que han sido nuestras primeras 24 horas en Barkly East.
Otra vez, el paisaje volvió a sorprendernos. Hemos amanecido en la misma forma en la que despierta un niño en cualquier película americana promedio: rodeados de nieve.
Duchados y envueltos en un número de capas del que mi madre estará muy orgullosa, bajamos a desayunar para la posterior organización de los grupos de trabajo. Una vez en el lugar de trabajo, los que llegamos ayer [en el segundo grupo de viajeros] recibimos la charla de Bev sobre el proyecto. Bev es de esa clase de seres que uno tiene la suerte de encontrarse contadas veces en la vida. Aquí es nuestra coordinadora con la comunidad, y una especie de «mamá pato» que nos cuida a todos.
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